lunes, 27 de abril de 2009

MISERABLE

El inefable artista periodístico Jorge Lanata llevó a su programa de cable a Luis D´elía y al conductor de radio y actor Fernando Peña, con el supuesto argumento de confrontar las ideas de dos personalidades contrapuestas. La entrevista fue levantada por un sinnúmero de programas periodísticos televisivos, incluídos todos los de refritos que cada canal pone al aire. Tanto en el programa de Lanata como en los que levantaron la noticia se hizo hincapié en las diferencias de opinión que ambos mantenían y tendenciosamente se ocultó un delito: Peña llamó a D´elía "negro de mierda", tal como lo había hecho en su programa de radio con el propio hijo del dirigente de la Federación Tierra y Vivienda, tratándolo además de estúpido, aunque con otras palabras. No parece haberle importado demasiado al Comfer, al Inadi, ni a las autoridades del canal 26, por donde se transmitió el programa, que Peña profiriera estos términos racistas y discriminatorios. No le importó a Lanata, que durante el programa no objetó la conducta de Peña. No objetaron dicha conducta en días posteriores (sucedió hace unos quince días) ninguno de los periodistas bienpensantes que pueblan los medios del poder. Y no hicieron objeción alguna sus compañeros de trabajo, ni locutores ni periodistas que colaboran en su programa, emitido por la FM La Metro, ni Kutnesov, ni Martín, ni Wainraich (junto a él trabaja una locutora que califícó a los seguidores de D´elía como "malón"), que tienen programas en la misma emisora.
No se puede creer que se trata solamente de una omisión, o que simplemente les desagradan ambas personas (esto sería razonable), no. Tampoco que el conductor del programa de radio es un transgresor, ni que su vehemencia le disparó un exhabrupto. Más bien, mejor dicho, lo cierto, es que piensan que Peña tiene razón, que Luis D´elía se merece ese trato, como todos los de su condición, la de ir a contrapelo con los deseos raciales y políticos de los voceros progresistas del medio pelo.

lunes, 20 de abril de 2009

BARES

Uno de los grandes placeres de los porteños, entre otros placeres menores, es el de perder el tiempo en un bar. Vicio acosado por la vida moderna que exige el respeto por el horario como un análisis de sangre, persiste como una tradición entrañable a pesar de las difíciles condiciones en que se lleva a cabo. En primer lugar, conseguir un lugar que nos agrade o al menos se pueda tolerar. Que quede cerca, o que quede lejos, según quiera uno acercarse o alejarse. Que el mozo entienda el gesto de café y cortado, de traer la cuenta, del pacto de silencio sellado con el parroquiano. Si uno fuma, ya de por sí es muy difícil conseguir un lugar para fumadores; fumar es casi un delito. Y si así y todo, lo hallamos, seguro que tiene televisor. Se me dirá "numerosos concurrentes a estos sitios prefieren ver un partido de fútbol". Muy bien, no me molesta. Pero ¿es necesario que, en tanto que no se juega ningún partido, el televisor sintonice TN, el brazo noticioso armado del monopolio mediático de los Noble Magnetto? ¿hay que escuchar la sarta de porquerías que por esa onda se emiten con el rótulo de noticias? ¿es preciso ver y oír que el apocalipsis se avecina si no reflexionamos y entregamos nuestro voto a los bienhechores coristas del poder económico? No, seguro que no. Pero en cada bar, ya sea en el centro o en el barrio más alejado, el pulpo televisivo de la Ernestina nos acosará para mostrarnos lo mal que va todo, para impedirnos pensar, para ser la medida de la realidad, ninguneando todo hecho que demuestre su error o complicidad con los poderosos, para deleite de los porteños quejosos y ahítos, que se lamentan relamiéndose, que sufren las vicisitudes de los satisfechos, que protestan por tener que compartir.
Y así se hace arduo el placer de mirar la vida pasar por la ventana, contemplación interrumpida por la imágines prolijamente editadas de los constructores de la verdad.
Cabe sospechar que, o los dueños de los bares son sádicos irremediables, o alguien debe sobornarlos para exhibir uno y varios televisores con la programación tendenciosa de TN.

jueves, 9 de abril de 2009

MURO

Se ocupa la prensa del poder de mostrar cómo es que los pobres, a mayor cantidad de hijos, reciben más ayuda monetaria por parte del Estado. Estas palabras les causan mucho desagrado: pobres, ayuda, estado. Se ocupa todos los días de mostrar cómo crece el delito automotor según cada zona del Gran Buenos Aires, no en la ciudad autónoma (claro, cómo no?) de Buenos Aires; ese cinturón de pobreza que ya no circunda a la ciudad capital, sino que acecha el horizonte burgués que a mira a Europa. Se encarga la prensa escrita del poder, en sus diarios La Nación,Clarín, Crítica, La Nueva Provincia, la Voz del Interior,(cada pasquín conservador defendiendo el orden moral decimonónico de los feudos provinciales), sus revistas Gente, Caras, Noticias, sus radios Mitre, Continental, Rock and Pop, y todos los medios de difusión a sus alcance, de difundir la espeluznante noticia: los pobres nos rodean y están dispuestos a robarnos nuestro bienestar conseguido con años de importarnos un pito las leyes y los derechos de los demás, mirando hacia afuera, denostando a los diferentes, quedándonos evasoramente con lo que no nos corresponde, años de fraguar pasados que no tuvimos, de admirar sistemas políticos que no nos incluyen, años de tilinguería organizada. ¿Todo para qué? Para que nos rodee la inseguridad, para que los pocos impuestos que pagamos se gasten en pobres improductivos, para que nos rodeemos de Evos y Chavez, de Lulas y Fideles, para nosotros que creíamos que Latinoamérica era Punta del Este. Entonces, para protegernos surge una idea salvadora: levantar un muro que nos separe de la barbarie, un muro que nos aleje de los chicanos, los palestinos, los pobres de San Fernando. Y para eso un iluminado intendente de San Isidro, Gustavo Posse (¿qué mejores sirvientes del poder, los radicales, aparte de los menemistas?), lo plantea. Y así la panacea del medio pelo se manifiesta de pie ante todos. No más pobres. Que no se nos acerquen. Que no podamos verlos. Que no pongan en peligro nuestra sacrosanta seguridad, ni la de nuestros bienes, nuestra sagrada propiedad privada que jamás los incluirá. Un muro. Una pared divisoria entre ellos y nosotros. Un freno a su insolente invasión. Un límite entre la sociedad y ellos, los otros, los ningunos.
Cuando se habla de ideología, se habla de la justificación de un orden social. Las ideas de muros y de segragación hablan a las claras mediante quienes las enuncian de qué piensan realmente. Y habrá que fijarse bien, y a diario, quiénes son los que justifican estos muros.

viernes, 3 de abril de 2009

DOLARES

Consulto a mi amigo bancario sobre el flujo de dólares en el banco donde trabaja. Me dice: "viene el chiquitaje, alarmado por los diarios y la tele, como si viniera el fin del mundo. Cuando se les informa de las restricciones impuestas por el Banco Central y la AFIP, tratan de zafar". ¿Qué se les pide?, pregunto. "Que puedan demostrar el origen de los fondos. Y toda esta gente, particulares, profesionales, pequeños empresarios, empleados jerárquicos y directivos, no pueden hacerlo". Le pregunto el por qué de tal situación. "Porque negrean en todo. Los profesionales no declaran todos sus ingresos, los pymes pagan sueldos en negro, y pagan las cargas sociales en el último de los casos, y muchas veces obligan a sus empleados a comprar dólares en su nombre, algunos guardan dinero en cajas de seguridad y no lo declaran". Pregunto sobre las cajas de seguridad. "Se usan para ocultar lo que no se puede demostrar en los balances, pesos, dólares, euros, bonos. Los bancos lo saben, pero hacen un buen negocio ofreciendo el servicio. Y no quieren que la AFIP meta las narices ahí, porque los bancos facilitan a los evasores el ocultamiento de fondos no declarados. Y no es la única forma en los ayudan a la evasión. Se les ofrecen formas de sacar fondos al exterior, se les reservan dólares sin registrar la operación, la que queda a conveniencia del cliente". Pregunto si todo eso no es ilegal, además consistir en un perjuicio para toda la población del país. "Si, y si no lo es, es por lo menos un robo a millones de argentinos que trabajan de verdad todos lo días sin especular con que el dólar se dispare y el país se vaya al carajo para hacer una diferencia. No sabés las excusas y los arreglos que proponen por unos dólares de miércoles. Que si compro yo y mi nujer y mi hijo y el vecino. Que si viene a firmar después (mientras busca cotización en cuevas de dinero o en otros bancos), que tenía ahorros en el colchón, que cobraron una herencia, incluso si pueden te coimean. Y para ellos, todo esto no constituye un delito, ni es inmoral, ni mucho menos debe merecer pena. No es robar, aunque sí lo sea". Y no puedo evitar preguntarle si no le perjudica trabajar en ese oficio. "Asco, me da ASCO".